03 marzo 2015

Coaching y atributos esenciales del liderazgo (2): autoestima equilibrada.


Autoestima; sí, tal y como suena y seguida del término "equilibrada". De no ser así, podríamos encontrarnos con supuestos, los hay, en los que la autoestima se encuentra sobredimendionada en exceso o exánime y desnutrida. Las personas somos seres (entidades bio-psico-sociales que diría algún erudito de la materia) altamente complejos, tanto en nuestra propia realidad interna como en las interacciones -aquí la cosa se desmadra- con el entorno más o menos cercano. Por tanto, la autoestima (que es algo que tenemos todos) se convierte en un eje vertebrador del tipo de relaciones que se configuran en torno a la persona que ejerce cualquier tipo de liderazgo. Y lo hace de maneras curiosas, variopintas y, llegado el caso, altamente peligrosas por sus efectos colaterales y adversos.

En esencia, y sin ánimo de forzar la inclusión de un léxico excesivamente especializado en estas líneas divulgativas, el constructo o concepto hace referencia al valor, cariño o aprecio que nos damos a nosotros mismos. Está muy ligado a otro término, el autoconcepto, pero la primera adquiere matices importantes que la singularizan. Por tanto, un jefe, directivo o líder que no tenga un aprecio sincero hacia sí mismo podrá tener y, lo que es peor, generar múltiples situaciones problemáticas en su gestión diaria y en el trato con sus colaboradores y subordinados. Partimos de la premisa de que todos los seres humanos fluctuamos en torno a un eje que se va consolidando, a lo largo de nuestra vida, como definitivo, refiriéndome a la autoestima. Esto es algo esencial porque nadie es perfecto, afortunadamente, ni somos replicantes robotizados a los que nos rebota cualquier contexto, experiencia o problema. Antes bien, influimos y somos influidos por todo lo que nos ocurre y nos rodea. El arte de la cuestión reside en desarrollar la suficiente capacidad para ir integrando adecuadamente en la estructura de nuestra personalidad todos aquellos contratiempos y vivencias, reflexionar sobre ellos y crecer un poco más a medida que vamos envejeciendo y quemando etapas vitales. No hay más; la cuestión, como vemos, es simple. Lo que resulta altamente complicado para casi todos, e imposible cada algunos, es la puesta en marcha y desarrollo de estas sencillas indicaciones; la implementación, que diría un tecnólogo o informático.

Una persona no adquiere por imposición divina, cuando es nombrado o ascendido para un puesto directivo, una autoestima absolutamente depurada. Mucho menos cuando, a lo largo de su carrera profesional o política, se ha "saltado" demasiados escalones que le hubiesen permitido proveerse de experiencias y reflexiones suficientes para adquirir una madurez en el oficio de mandar y dirigir. Podrá, a lo sumo, recibir un ligero barniz que "dé el pego" ante correveidiles, pelotas, aduladores y demás figurantes de la farándula que se aglutina en torno a muchos personajes que, cual marionetas carentes de la mínima energía motriz, deambulan por los pasillos del poder corporativo. Estos personajillos (dándole la altura moral y profesional que les corresponde), cuando se dan cuenta de que sufren en silencio ante muchos aspectos oscuros o ambiguos del ejercicio del mando, oscilan como cascarones de huevo en medio de un diluvio. No son capaces de articular los mecanismos necesarios para dirigir la nave que pilotan porque no han navegado más que en piscinas de reducido tamaño y han ambicionado, con un pertrecho mínimo de experiencia de mando, echarse a la mar cuando no estaban preparados ni para cruzar un río. Los problemas, a partir de ese escenario, no hacen más que crecer. Se encontrarán con los arribistas, trepadores y pelotas que, cual vampiros corporativos altamente cualificados, radiografiarán al neófito pardillo tras los primeros encuentros y comenzarán la eterna danza del vientre en torno a sus obnubilados ojos. Le entregarán todo aquello de lo que carece y se pondrán a su disposición para ejercer de traductores (traduttori traditori, que diría el adagio latino) e intérpretes del entorno ya que, introduciendo con suavidad y delicadeza toda su ponzoñosa e intencionada porquería en sus frágiles y receptivas mentes, se erigirán en necesarios y correosos adláteres que no los abandonarán ni a sol ni a sombra.

Un líder con una autoestima razonablemente equilibrada no tendrá inconveniente en expresar sus opiniones e instrucciones con asertividad. No tiene por qué recurrir a la violencia, amenaza o agresividad ya que puede comunicar con serenidad y convicción lo que pretenden decir en cada momento. No siente vergüenza a la hora de dirigirse a sus subordinados ni colaboradores ya que, respetándolos, sabe que está en una posición de autoridad y poder que debe ejercer, sin medias tintas ni ridículos compadreos. Este líder será capaz de proyectar hacia el futuro su visión del trabajo que debe ser realizado y contribuirá poderosamente a la creación de la misión de la corporación o departamento que dirige. Una vez analizadas las dificultades y planteados todos los escenarios estratégicos posibles, no suele tener problemas a la hora de alcanzar las metas y objetivos prefijados con anterioridad. Su objetivo tiene que ser cubierto y pone todo su empeño y el de sus colaboradores en alcanzarlo, así de simple y claro. Ello refuerza, a su vez, su propia autoestima, en tanto en cuanto va asimilando y digiriendo todos los logros que se van incorporando a su gestión y curriculum.

Seguimos ahora con los líderes con autoestima "baja de tono". No es en absoluto improbable, es más, lo contrario sería la novedad a este respecto, que comiencen a desarrollar -si no lo son ya en potencia- una envidia absolutamente crónica y despiadada hacia todos aquellos que les rodean y que representan perfiles profesionales o humanos valiosos, muy por encima de los que ellos encarnan. En este sentido, se colocan en un plano existencia de insatisfacción continua e improductiva donde la queja permanente se convierte en moneda común de cualquier intercambio que realizan con personas del entorno. Es una manera, burda, pueril y soez, de pretender destruir todo aquello que no pueden alcanzar. Como, llegados a ese punto, las obligaciones que tienen que atender en el ejercicio del mando exceden con mucho sus propias habilidades personales, resulta más fácil en el corto plazo (sí, suelen ser mentes cortoplacistas las que gobiernan esos cuerpos) derribar aquello que les sobrepasa que intentar superarse a sí mismos y mejorar en todos los aspectos en los que tendrían que experimentar un cambio cualitativo (y, quizás, cuantitativo; ¿por qué no?). La envidia es un sentimiento humano y lógico pero altamente destructivo cuando sobrepasa cierto umbral. Cuando estas personas son plenamente conscientes que no han alcanzado, o lo que es peor, que no están en disposición de alcanzar en un breve lapso de tiempo lo que otros tienen, suelen reaccionar como niños caprichosos y absolutamente encolerizados. Frecuentan, en este caso, episodios de dolor, tristeza, enfado, ira, disgusto, irritación, depresión... (podríamos seguir con la lista). La infelicidad comienza a pastar por sus prados dentro de su perturbado espíritu e inicia un proceso que daña la autoestima hasta lastimarla con las continuas comparaciones a las que se someten. Se trata de una mortificación inevitable, compatible con parámetros adictivos. Piensan, erróneamente, que si adquieren lo que otros tienen volverán a brotar las flores en sus tiestos y su ego se llenará de alimento espiritual. En el fondo, esa autoestima debilitada favorece una envidia desproporcionada y alimenta el deseo absolutamente desmesurado y enfermizo de lograr lo que otros tienen.

Ahora, cómo no, llegaremos a la conclusión de algo que sabemos por la experiencia: el triunfo de los demás, sus éxitos y la excelencia en el desempeño de las tareas -cuales fueren- despierta generalmente un sentimiento de envidia en su entorno. Nadie, estaría loco, envidiaría a todos aquellos que no tienen éxito profesional y que pululan como zombies a lo largo de una existencia vital miserable. "A todo el mundo le gusta lo bueno", que es un dicho popular absolutamente razonable. Estos jefecillos con autoestima jibarizada (valga el "palabro" para ilustrar la reducción del constructo asimilándola al achicamiento de cabezas que las tribus de indios jíbaros realizaban), perseguirán de manera sistemática y desmedida a todos aquellos de sus colaboradores y subordinados que gocen de cierto prestigio profesional. Les atacarán de manera irracional, levantando bulos y burdas mentiras para deteriorar su imagen ante terceros. Los apartarán de las hipotéticas áreas de responsabilidad que estuvieran desempeñando al objeto de conseguir estigmatizarlos y convertirlos en apestados de cara a la grey (no confundir con el de las "sombras"....) e intentarán que cunda el ejemplo ante todos aquellos que alberguen la esperanza u osadía de saber algo más o adquirir más prestigio que los que por ley divina tienen que tenerlo: los jefecitos parientes de Nepote y aficionados a la tecnología digital, que es más rápida y genera mucho menos gasto de energía que la analógica... En tanto en cuanto pretenden destruir, porque cuesta menos trabajo que invertir energías en crecer, su envidia adquirirá en muchos casos deseos de venganza, ya que el brillo de otros profesionales opacará a la débil luminiscencia del directivo jibarizado. Esa autostima repleta de envidia colocará una pantalla nebulosa delante de los ojos del directivo y no les permitirá ver o inferir mucho más allá de lo que tienen justo al alcance de su vista. Invertirán y perderán su tiempo, y el de todos, opinando, criticando, prejuzgando y emponzoñando todo lo que otros tienen. Obviamente, no les quedará espacio, tiempo ni energías para intentar crecer y lograr alcanzar sus legítimos, por qué no, deseos y sueños profesionales. No podrán ser los auténticos protagonistas de su vida ya que el guión de la película se lo marcará la reactividad virulenta, automática y acusada del ataque contra todo lo que comienzan a odiar, porque no pueden tenerlo. Su alma, espíritu, mente, corazón... (lo que prefieran) se teñirá de un odio desmedido y no tendrán cabida para la autocrítica. Comenzarán, la gran mayoría quema todas sus naves en esta travesía, un camino de "no retorno" en el que al final de sus días o tras varios años podrán contemplar la basura que han acumulado en torno a sí mismos.

Por lo tanto, del contraste palmario entre la personalidad de aquellos que han conseguido un equilibrio óptimo y los que nunca han podido hacerlo, podremos extraer las consecuencias del ejercicio del liderazgo y el grado de afectación que puede sufrir la estructura corporativa. Obviamente, buenos líderes desequilibrados es algo que no encontraremos al mismo tiempo. Afortunadamente, muchas de las personas que asumen responsabilidades directivas son capaces de transmitir lo mejor de sí mismos a su entorno. Un desiderátum, a continuación. A todos aquellos enanos pueriles y de mente estrecha que, por medios espúreos y cuestionables, han conseguido llegar a puestos directivos, les deseamos lo mejor para ellos y para su entorno, esto es, que se vuelvan a sus casas para practicar la autoestima con sus mascotas y plantas. Que regresen cuando hayan incrementado y estabilizado sus niveles de autoestima;  estaremos encantados de acogerlos nuevamente con nuestros brazos abiertos y espíritus abiertos.

"La carencia de autoestima y las adversas consecuencias que puede generar desde el ejercicio del liderazgo"



1 comentario:

Unknown dijo...

Un gran post que me ha servido de ayuda para reconciliarme con tiempos pasados. La reconciliación va en mi reflexión, toda una liberación. ¡Qué descanso! Justo lo que hubiera necesitado plantar en las narices de algunos hace algún tiempo. Nunca es tarde. Les recomendaré tu blog para que se instruyan en la materia.

Los peligros más potentes que hacen tambalear la pacífica existencia de un ser humano son los que residen en el interior de cada uno. Vivimos, de una forma u otra, representando como actores consagrados en el arte teatral, escenas donde bajamos y subimos el telón según el público al que nos dirigimos. No hay nadie que pueda averiguar, por predecible que aparente ser una persona, qué puede llegar a hacer otra en un momento determinado, es más, ni el sujeto que vive su vida en primera persona (alguno hay que vive mendigando guiones de supervivencia, haciendo imposible la vida a otros) sabrá hasta que no se le presente una situación concreta cómo reaccionará. Somos lo mejor y lo peor que nos ha pasado en la vida y no hay mejor tarea de conocimiento y mejora para la autoestima como la de intentar meternos en pellejos ajenos para saber de qué somos capaces, qué dice nuestro comportamiento de nosotros y qué diríamos nosotros de nuestros actos si nos los auto impusiéramos. Seguramente conseguiríamos ser mucho más felices y mejorar ambientes contaminados.

Si confiamos en nosotros mismos, nos dejamos llevar por la intuición -que normalmente no falla y actuamos con una mínima capacidad empática hacia el respetable consiguiendo ganarnos su confianza, tendremos un público (cliente, compañero, subordinado e incluso superior jerárquico) entregado en cuerpo y alma que no dudará en ponerse de pie al finalizar la función de cada día, quedándose con ganas de volver al día siguiente a la taquilla a por entradas para ver repetirse la función.

Debería estar recomendado a modo de invitación (no vaya a ser que algún no capacitado para la tarea se infarte antes de tiempo), que todo ​posible ​líder viviera en carne propia unos días de "codo con codo" en todos y cada uno de los puestos de trabajo que conforman una estructura empresarial, sin olvidarno​s, por supuesto, de todos aquellos subcontratados que hacen de nuestro lugar de trabajo un mundo mejor. Al igual, debería darse al empleado de menor rango, la oportunidad de conocer a qué dedica la jornada laboral su jefe, alguno hay que va diciendo por ahí que no lidera la manada porque no se ha puesto a ello que si se pusiera... ni Ángel Cristo le haría sombra con el látigo en el arte de domador de leones.

Probablemente​,​ alcanzar la autenticidad en el liderazgo ​es​ una ​tarea complicada que requiere una buena dosis de humildad, otra poca pizca de esmero en el hacer y un muy mucho de reflexionar sobre el cómo podemos mejorar lo mejorable. Alrededor de un líder hay personas que aprenden y actúan según ven, personas que lo mismo algún día llegan a ser líderes-discípulos de, replicando y mejorando lo que aprendieron en su día para orgullo del maestro.

Los que lo tienen realmente difícil son los mandos intermedios​. Personalmente creo que son los verdaderos sufridores de la estructura jerárquica. Sortear los estoques de arriba sin desear que salga la vaca al ruedo en su salvación y motivar a los de abajo para que pidan la oreja y el rabo por la actuación (en términos​ metafóricos​ taurinos, no humanos)​ es una misión que se realiza ​en la mayoría de ocasiones sin la comprensión de unos (los de abajo) y la apreturas de otros (los de arriba). Mantener el tipo, la autoestima, la cordura y el puesto de trabajo, en última instancia, sin desfallecer en el intento o sin que te liquiden, es una misión cuanto menos digna de alabanza.

Gracias por el post @WilliamBasker. Estoy pensando en apuntarme al Twitter para publicitar tu blog, es realmente bueno.

Un saludo y gracias por tus post.

El tigre herido...