19 marzo 2015

Gran Hermano en la escuela. Diario de un perfecto imbécil (21): mi cuñada Toñi y sus historias (2).

Si la envidia fuera tiña, ¿cuántos tiñosos habría? El refranero español nos regala maravillosas perlas que resumen, mucho mejor que procelosos discursos, las características de la sociedad y de nuestros semejantes. Hoy quiero dejar constancia en éste, mi inseparable diario, de una conversación que mantuvimos el otro día en casa y que enlaza con el refrán que encabeza estas líneas. Creo que ya he hablado de mi cuñada Toñi. Maestra en un centro público y, a mi modo de ver, profundamente comprometida con la educación y sus niños, como a ella les gusta llamarlos, aúna la suficiente experiencia y capacidad crítica como para que sus opiniones y reflexiones sean tenidas en cuenta ya que, habitualmente, no suele "hablar por hablar". 

Aprovechando una tarde que estuvieron almorzando con nosotros, en la sobremesa tuvimos ocasión de charlar, cosa que nos encanta a todos. Aunque trabajemos en contextos y empresas diferentes, es curioso observar que muchos problemas y ocurrencias cotidianas se parecen como gotas de agua. Introduje el tema comentando el caso de una compañera de mi trabajo (he dejado constancia aquí mismo del enjambre de bicharracos, incluído el que esto escribe, con los que tengo la suerte de compartir muchas horas a la semana) que es, pobrecita mía, envidiosa hasta la exasperación. Pero no pretendo hablar aquí, precisamente ahora, de ella. Me parece más interesante traer a colación el pequeño relato que nos hizo Toñi de una compañera de su colegio que era capaz de movilizar cielo, tierra y mar cuando se trataba de atacar a cualquier persona que tuviera, a su parecer, algo de lo que ella carecía. Era, y es, una envidiosa de campeonato ya que no se limita a realizar pequeños comentarios (humanos son y todos los entenderíamos) sobre otras personas aprovechando cualquier ocasión sino que es capaz de emprender campañas bélicas, nos decía Toñi, hacia aquellos que, sin infligirle afrenta alguna, cometen la osadía de ser mejores, más brillantes o, en suma, gozan de mejor consideración en su entorno que ella misma.

Como difícilmente podría ser de otra manera, la maestra envidiosa nunca reconocía (aún bajo tortura, si ése hubiera sido el procedimiento utilizado para obtener la confesión) que sus comentarios eran fruto del resquemor y los celos hacia alguien de su entorno. Su celotipia era tan alarmante que nadie en su sano juicio, salvo un coro de inútiles que oficiaban de rendidas acólitas en las homilías que acostumbraba a predicar en la sala de profesores del centro, le hacía el más mínimo caso. Parece ser que esta señora sentía una frustración difícilmente soportable cuando otro compañero, más capaz o brillante que ella, obtenía de manera natural lo que ella anhelaba en su fuero interno y no sabemos por qué atávica costumbre se limitaba a sonreír y guardar las formas ante la galería mientras que se reconcomía por dentro. No solía anhelar las cosas materiales ya que dinero no parecía faltarle. Eran, más bien, otro tipo de cualidades de carácter intangible las que, por una parte, admiraba en terceros pero, por otra, generaban en su lado más oscuro un cruento y telúrico deseo encaminado a destruir la imagen y prestigio de esa persona que, sin comerlo ni beberlo, parecía reflejarle su propia inutilidad.

El último episodio, que arrastraba varios meses de soterrada guerra de trincheras y cruentos fuegos artificiales en alguna reunión del Claustro de Profesores, parecía estar motivado por un proyecto que ella tuvo la ocasión de coordinar. Sí, los centros docentes suelen llevar a cabo muchos proyectos educativos a lo largo del año y son, casi siempre, los maestros y maestras con más habilidades o conocimientos de esa materia los que ejercer una labor de dinamización encaminada a "enganchar" a otros compañeros y sacar adelante los objetivos particulares de ese escenario o proyecto. Lo curioso es que, teniendo la ocasión de coordinarlo, desechó la idea y no asumió la responsabilidad de dicha coordinación aduciendo excusas inconexas que nadie, me confesó Toñi, consiguió comprender con claridad. El proyecto encajaba con su especialidad y le permitía, ya que era una persona aparentemente bien relacionada, canalizar sus inquietudes personales y profesionales. Habitualmente, esta peculiar maestra se regocijaba en la crítica descarnada hacia otros compañeros que desempeñaban otras funciones directivas o de coordinación. Para ella, nadie hacía bien absolutamente nada y tenía el verbo fácil para destrozar en minutos, con su verborrea cínica y pleitista, el trabajo y esfuerzo de compañeros sensatos, ilusionados y esforzados por sacar adelante diversas iniciativas. La última salva de cañonazos iba dirigida hacia otra compañera que había asumido el proyecto que, aún habiéndoselo ofrecido a ella en primer lugar, no tuvo el coraje ni la decencia de coordinar. El interés de acoger el proyecto venía motivado por los beneficios finales de los que iba a gozar el alumnado del centro y el profesorado participante. No había reunión del Claustro en la que, estando o no en el orden del día de la sesión, la bicharraca envidiosa no encontrase motivo, por nimio que fuera, para atacar a la Dirección y a la compañera que estaba afrontando el peso de la coordinación. Las batallas dialécticas, refirió Toñi, eran tan cruentas que casi llegan a las manos en más de una ocasión. Afortunadamente, prevaleció la sensatez y no llegó la sangre al río. Reflexionamos al respecto, a raíz del relato de mi cuñada, y pudimos colegir hasta qué punto determinadas personas son capaces de atacar y destruir aquello que, siendo bueno y beneficioso para el entorno, cuestiona su frágil y enfermizo ego. 

Mi cuñado, también maestro en otro colegio, intervino para ofrecernos su análisis del caso, del que ya tenía profundo conocimiento por las conversaciones domésticas que había mantenido con su mujer. Los grandes envidiosos, comentó, llevan a cabo actuaciones sistemáticas dirigidas a conseguir la destrucción de la persona envidiada. Suelen fantasear con ello y, de no culminar sus objetivos homicidas, se convierten en seres amargados que no suelen aceptar sus limitaciones, aunque éstas sean algo absolutamente normal y parte del bagaje o mochila que todos, como seres humanos, cargamos a nuestras espaldas. 

Es más, aclaró Toñi, esta persona intenta racionalizar continuamente el supuesto hecho de que los demás han sido bendecidos por la buena suerte mientras que ella ha tenido que ganárselo todo y luchar denodadamente por alcanzar el estatus profesional del que disfruta. La vida laboral de esta compañera, sin ánimo de hacer sangre, es de lo más curioso. Más de una vez, la Directora, ha tenido que salvarle el cuello debido, precisamente, a su carencia de habilidades sociales con los padres y madres de sus alumnos, a los que se dirige frecuentemente con poco tacto y peor resultado. Aún así, no se corta un pelo a la hora de atacar a la Directora cuando tiene la más mínima ocasión, en contextos formales o informales. Es una persona que parece estar todo el día amargada y los malos resultados de los que está continuamente quejándose no son tanto el producto de su mala suerte sino, más bien, de su incapacidad para analizar adecuadamente las múltiples variables que tendría que tener en cuenta para adoptar ciertas decisiones óptimas. Trasnmuta su torpeza consustancial, aplicando la teoría del ventilador, en miseria y culpabilidad de cualquier tercero que se ponga a mano para salpicarle de la porquería que suelta por su boca. Su resentimiento le impide disfrutar de los pequeños placeres en los que otros concentran su atención para hacer más llevadera la existencia. Creo, dijo finalmente Toñi, que no tiene remedio la buena señora. A ver si tenemos suerte y se traslada pronto de centro aunque, me temo, no creo que en otro sitio la aguanten tanto como en nuestro colegio; y eso lo sabe ella. 

La convivencia siempre nos depara muchas ocasiones en las que tenemos que enfrentarnos con seres complejos que se relacionan con los demás partiendo de su propio dolor y de conflictos internos mal resueltos. Contaminan, con su particular y tóxica lente, todo aquello en lo que intervienen. Algunos dicen que tiene cura la envidia. Yo, a fuerza de ser realista, que no pesimista, me inclino por lo contrario. Podrá, en todo caso, controlarse y neutralizar a la persona envidiosa ya que cuando la celotipia, ya sea personal o profesional, adquiere tintes patológicos es altamente improbable que las personas acaben integrándose satisfactoriamente en cualquier entorno laboral. Lo importante es que ese veneno que proyectan continuamente, en todas sus acciones y comentarios, no nos afecte más allá de lo razonable.  Habría que tener en cuenta, eso sí, que nadie tiene por qué aguantar ofensas gratuitas de una sarta de impresentables que lo único que pretenden, desde su cicatería moral, es destruir al que consideran mejor que ellos, más que invertir sus esfuerzos en luchar ferozmente por mejorar un poco ellos mismos y ubicarse a su altura. 

"La envidia como elemento consustancial y comprometedor de la armonía laboral."


18 comentarios:

Unknown dijo...

Totalmente de acuerdo. Los envidiosos/as no se curarán nunca. Aunque la ciencia se lo propusiera, agotaría sus recursos en el intento. Es como lo que le ocurre a las mulas y a los burros. A los artistas y a los plagiadores de arte. En definitiva, a los que son mucho más que algo por el mero placer de vivir a gusto consigo mismo y a los que quieren ser lo que son los demás mediante los procedimientos de las de ciencias infusas.

Los envidiosos/as se parecen a las mulas (de ahí mi referencia anterior) se creen grandes y resulta que no saben ni rebuznar ni relinchar pero hacen un ruidillo extraño y, a la primera que te despistas, te patean emulando a un buen karateka tercer dan porque van queriendo ser lo que no pueden. Los que sufren a los envidiosos, los burros (aunque tercos) son mucho más valientes, cautelosos, resistentes e inteligentes y logran sobrevivir debido a un gran instinto de conservación que hace que lleguen a ser grandes animales.

A mí, de verdad, me dan una pena estos sufridores (fanáticos fans de otros) que con sólo ponerme en su lugar me engollipo y necesito un poquito de agua para que me baje el disgusto. Estas pobres mulas, estériles por naturaleza y condenadas por la genética, ya tienen bastante con lo que tienen en lo alto como para no reconocer el mérito y el esfuerzo que debe suponer juzgar a los demás, opinar a ciegas y no tener capacidad para preocuparse por lo que son ellos realmente.

Casualmente, dado el día que es hoy, no me queda más remedio que felicitar a todas las mulas que rondan a sus padres burros. A día de hoy no existe (por definición), padre sin hijo/a ni hijo/a sin padre.

Espero que ningún animal haya resultado herido psicológicamente con mi reflexión, insisto que las mulas cuentan con todo mi cariño y apoyo y desde aquí vuelvo a mandarles un afectuoso abrazo deseándoles lo mejor de lo mejor en sus quehaceres cotidianos.

Otro post en mi lista de favoritos. Muchas gracias.

Un saludo.

JUANTOBE dijo...

Gracias Oxýs, por tus acertados comentarios. Curiosa perspectiva zoológica que amplía, sin lugar a dudas, la perspectiva y el enfoque del artículo. Buena contribución al constructo. Saludos cordiales.

Sotriva dijo...


Una reflexión personal sobre uno de los siete pecados capitales; LA ENVIDIA.

Que levante la mano aquel o aquellos que no la hayan sentido.

Los que mantienen el brazo en alza, quizás no han explorado adecuadamente sus sentimientos, el trabajo personal que conlleva conocerse a uno mismo es -dentro de un compendio inmenso- doloroso. Saberse poseedor de ella no gusta mucho, sin embargo, es humana.

"Entre los desordenes del alma, la envida es el único inconfesable" En palabras de Plutarco.

Nos vendemos tanto con nuestros ideales, que hasta nos vendemos las virtudes a nosotros mismos (esta cita es de mi autoría).

Somos envidiosos y celosos, son características del ser humano. Deseamos aquello que no tenemos, añoramos las virtudes de otros (también lo material), queremos poseer lo que otros poseen -no he visto a nadie querer poseer algo que nadie haya disfrutado; querer lo inexistente-, necesitamos gozar de aquello que consideramos valioso para nosotros... y de ahí nace el sentimiento de inferior calidad que el ser humano alimenta; la envidia.

No seríamos justos si no reconociéramos esta parte de verdad en nosotros mismos.

Hay personas que hablan de ella como si fueran indemne; seres divinos protegidos de padecerla. Sin embargo, no conozco a ninguno de esos seres mágicos, lo que sí he visto es la humildad y sinceridad personal, personas conocedoras de lo que sienten y que intentan comprender y mejorar... hablan de la envidia porque la conocen y saben de su alcance ¿Cómo hablar de ella, si no la hemos sentido? Teorizar sobre algo y vendernos el ideal es fácil; ser humilde y consecuentes con la tolvanera sentimental que nos hace humanos es un proceso algo más complicado.

Por favor, que levanten la mano aquellos que no han sentido la envidia.

Posiblemente, la compañera de Toñi mantenga la mano levantada.

Indudablemente, la envidia es el peor de los sentimientos... destruye, daña, aniquila... No podría estar más de acuerdo con Toñi, su marido y su cuñado.

Buen post aunque se me ha quedado corto... Te espero William.

Un fuerte abrazo a todos y a todas.

JUANTOBE dijo...

Gracias, Soraya, por tu aportación. No podría estar más de acuerdo en lo que se refiere al contenido de tus reflexiones. Ciertamente, sobre la envidia (pecado capital al que estamos habituados mucho más de lo que nos gustaría reconocer) podríamos estar hablando días. El post, como verás, abre puertas y no cierra ventanas. Tus palabras introducen matices de gran interés para la reflexión. Gracias por tu tiempo. Un abrazo.

Unknown dijo...

Hola a todos/as.

Aún con riesgo de llevarme un sermoncito de otros por mi “despiste”en otras tareas, voy a aprovechar el ratito del café para continuar con este debate tan interesante sobre la envidia.

Entiendo perfectamente tu punto de vista, Soraya. El ser humano, en tanto en cuanto es imitador de conductas por naturaleza, aprende a desear lo que tienen otros, hacen otros y ve en otros, ya sean cosas materiales o atributos personales tanto físicos como psíquicos. Hasta ahí, de acuerdo con tu reflexión.

Para no hablar de nadie, hablaré de mí mismo y te aseguro que lo hago con total sinceridad y sin regalarme halagos, no los necesito a estas alturas de mi vida. No me considero ser divino ni indemne a males humanos pero de lo único que siento celos es de mi propia intimidad, es lo único sobre lo que considero que puedo tener una parcela en propiedad. En cuanto al deseo de emular o poseer algo que tienen otros, no me cabe la envidia. La envida, insisto que es un punto de vista muy personal, conlleva sufrimiento, tristeza, desdicha, insolidaridad... Conlleva, si me apuras, la necesidad en el envidioso de castigar a la persona que tiene lo deseado y siempre terminará encontrando a alguien en quien focalizar su atención para seguir alimentando su infelicidad entrando en una espiral retroalimentada por resentimientos que no lleva a nada más que a desear lo peor de lo peor en su víctima.

Para mí, el deseo de emular o poseer las virtudes de otros es más un profundo sentimiento de ADMIRACIÓN y CONSIDERACIÓN hacia los demás que un sentimiento de envidia, por lo tanto, con una mano en el corazón y la otra levantada a petición, me despido hasta el próximo debate interesante gracias a los post del Sr. William de Bakerville.

Un saludo a todos/as y buen fin de semana.

JUANTOBE dijo...

Muchas gracias, Oxýs, por tu nueva aportación. Me resulta grato ver que un tema como el que sugiero en este post, aparentemente tan traído y llevado, genera reflexiones de altura como las que aparecen en los comentarios. Sin cerrar el tema, aportan matices vitales que nos enriquecen a todos. Que pases un buen fin de semana. Saludos.

Anónimo dijo...

Que me gusta tu comentario Soraya, tu reflexión. Me apunto tu cita “Nos vendemos tanto con nuestros ideales, que hasta nos vendemos las virtudes a nosotros mismos”. Yo te respondería: “…y ni siquiera somos consciente de ello”. ¿Me la regalas?
Tengo una pregunta para ti ¿Por qué el envidioso –envidiosa, en el caso de este artículo- cuando tiene la oportunidad de demostrar su valía, no lo hace?
Te espero.
Saludos.

JUANTOBE dijo...

Gracias por tu aportación, Ángel. No imaginaba el rico intercambio de ideas que podía propiciar este artículo. Con independencia de la respuesta de Soraya, a la que has emplazado en tu comentario, quisiera comentarte que tengo la respuesta a tu pregunta. Este post está basado en un caso absolutamente real que tuve ocasión de conocer, y sufrir, de primera mano. La respuesta tiene matices costumbristas, psicológicos y, si me apuras, psiquiátricos...;-). Muy interesante tu aportación; nos enriquece a todos los lectores. Un abrazo y buen fin de semana.

Sotriva dijo...

¡Hola!

Oxýs morós (me encanta tu pseudónimo) tus comentarios me parecen muy interesantes y nutritivos, es una visión de un tema que alberga muchas miradas, todas enriquecedoras y, por qué no, a su vez complementarias. La reflexión que aporto es una reflexión personal lanzada en voz alta, simplemente. Agradezco tu intercambio, es agradable.

Gracias, Ángel. La cita te la vendo ¿A cuánto se paga en Internet?

Me encanta la generación de reflexiones que has desatado, gracias William! Me gustaría que respondieras a la pregunta formulada por Ángel… si te apetece compartirlo.

Es un placer leerte.

Saludos.

JUANTOBE dijo...

El personaje que inspiró este post también hizo lo propio con uno de los artículos históricos que publiqué en el blog, allá por el año 2008. http://edupsique.blogspot.com.es/2008/02/h.html
Las hipótesis, a fuerza de ser prudentes, son varias: ausencia de verdadera valía y competencia; incapacidad para mostrarse a los demás por algún conflicto no resuelto (sé que esto suena muy psicodinámico, pero me vale como imagen aproximativa al constructo); "mala leche reconcentrada" (poco clínico pero altamente clarificador, jejejej). Como hablamos entre "iniciados", nos entendemos incluso entre líneas. Todos sabemos que una persona puede deambular por la calle y entre los demás (los tipos raros que conocemos) sin que exista un psicodiagnóstico (psicológico o psiquiátrico), son especímenes subclínicos que suelen compensar sus carencias porque conviven en entornos que les soportan y que aún no muestran (pueden hacerlo con el paso de los años) el elenco completo de rasgos que nos permitirían realizar un diagnóstico ajustado (DSM o CIE). Sobrevuelan la tierra desde una situación premórbida que, demasiadas veces, se confunde con anomalías del carácter y rarezas cotidianas. Les vendría bien (sobre todo a su entorno) visitar a un profesional para que, en primer lugar, intentase categorizar sus rarezas y, llegado el caso, proponerle un marco terapéutico, fundamentalmente desde un enfoque cognitivo -aquí el farmacológico haría bien poco- para que intentasen mejorar.
Evidentemente, y aquí está la miseria del personaje que inspira estos post, si hablamos de una psicópata subclínica poco puede hacer la terapia, más que dotarle de nuevas herramientas para perseverar en su modus vivendi (no hablamos aquí de enfermedad mental). Creo que el personaje se encuentra en ese 1% -prevalencia- de psicopatía de la población general (sube hasta el 4% en los ámbitos directivos y de liderazgo) cuya única virtud reside en que, como en las soup operas norteamericanas, no ha matado a nadie.
Espero no haber generado aburrimiento. Me habéis provocado!! ajjaaj. Un abrazo a todos/as y buen fin de semana.

Unknown dijo...

Hola;

Gracias, Soraya. A mí también me gustan muchos tus comentarios a los post; he de reconocer que con algunos de tus comentarios y algunos post he reído a carcajadas. Mi comentario es también fruto de mi experiencia con respecto a ese tema.

Ojalá todos los post tuvieran esta vida -en forma de foro- tan enriquecedora. Aunque no tenemos cafetería con sede social donde vernos de forma presencial, estas conversaciones, pueden ser algo parecido a lo que hacían los poetas de generaciones antecesoras donde al final, surgían grupos de amistad al compartir sus experiencias vitales. Perdonarme el símil (los poetas que me perdonen también), me pierden estas cosas de cafés, escritores y tertulianos.

@WilliamBasker, nada de aburrimiento; creo que habrá que provocarte más a menudo para que nos ilustres con tan interesantes respuestas. Tu forma de enfocar problemas comunes en forma de relatos extraordinarios, me encanta. Gracias.

Mi pseudónimo... Gracias, me alegra que te guste. El recurso literario me enamoró cuando era joven y puede que me haya ayudado a sobrevivir dando vida a metáforas locas y absurdas en mi imaginación.
Por cierto, ¿La envidia sana existe? Siendo oximorón, yo tengo mis dudas, jajja.

Un abrazo a todos y muchas gracias por vuestros comentarios. He disfrutado muchísimo con este post y todas sus aportaciones.

JUANTOBE dijo...

Genial reflexión, Oxys. Me da envidia no haberla escrito yo mismo! Jajajaj. Buen fin de semana.

Sotriva dijo...

Gracias, Oxýs, por tus letras. Disfruto mucho de la lectura de los post y de los comentarios. Para mí es un placer haber compartido contigo –y con todos/as- la charla en este artículo, aunque nos haya faltado el café, jejej… Es una cura del alma; nutritiva, enriquecedora y de gran valor, que a mí personalmente me hace creer, muchas gracias.

Gracias, William, por hacerlo posible (interesante respuesta).

Saludos y buen fin de semana.

Anónimo dijo...

Hola.
Llego tarde, es lo que tiene el trabajo pero quiero despedirme y agradecer este intercambio, también ha sido un placer.
Gracias, William, por enmarcar a tu personaje y compartir con nosotros el origen del post. He leído el otro artículo, me gusta la descripción de peculiaridades ¡En el mundo navega una mezcolanza de mentes!
Maravillosa reflexión Oxímon… La envidia existe y es humana (punto de vista personal) de los recursos personales que dispongamos y de su gestión depende que sea denominada como envidia sana o envidia patológica (o no sentirla), aunque le cambiemos la denominación y le pongamos otras palabras. Es aprendida, sí, desde el momento que empezamos a respirar con la palmetada… Bien gestionada puede ser un motor impulsor para conseguir metas.
Soraya, ¿qué te digo? Aparte de ser extremadamente inteligente eres una señora a nivel emocional, gracias por enseñarme tanto. ¡Jamás, la invitéis a un café! Nunca paga, jajaj…
Saludos y, otra vez, gracias a William por compartir con nosotros este BLOG y rodearse de personas tan enriquecedoras.

JUANTOBE dijo...

Gracias a todos. Vosotros hacéis grande el blog. Me ha inspirado tanto esta interacción dialéctica que estoy redactando un próximo post en el que hablo de este foro. Os dedico especialmente el artículo que publicaré la próxima semana titulado "Los pecados capitales del liderazgo: la envidia". Un fuerte abrazo y genuflexión honorable a mis amigos virtuales: Oxys, Soraya y Ángel. Buenas tardes. ;-))

Anónimo dijo...

¡Es un honor!

Un fuerte abrazo.

Unknown dijo...

Gracias a todos de nuevo.
Para mí también es un honor y un placer leeros a todos.

Un abrazo.

Fe r dijo...

Es notable cómo el envidioso hace sufrir a quien envidia. Debe notarse también cuánto sufre y cuán a merced de esa emoción del espectro negativo, tan emparentada a los celos, se encuentra. Hay en la buena literatura retratos magistrales de personas carcomidas por ella. Otelo es un buen ejemplo popular, un personaje trágico que llega a su propia autodestrucción y a la aniquilación de su amada por envidia y celos. El envidioso es a la vez un ser sumamente inseguro de sí mismo que percibe que todo aquel que se posiciona a su alrededor viene a quitarle algo que le es propio o a hacerle sombra y se pone inmediatamente a la defensiva. Me dan mucha pena en su enorme inseguridad y soledad existencial los envidiosos aunque también me siento lastimada por sus artimañas. A todos se nos desata el nudo de este aguijón verde de tanto en tanto, pero hay quienes, como he dicho, se encuentran absolutamente a su merced y ni siquiera logran reconocer la emoción que los embarga.

Muy interesante este espacio y el debate que se genera en torno a lo que aquí se escribe: enhorabuena. Por aquí me quedo y los saludo a todos.

El tigre herido...